25.10.12

Touched by a book


El amor dedicado a los libros siempre es recíproco.
Existen pocos placeres que atesore más que pasar tres o cuatro horas arremolinada en un rincón, con la única compañía de un libro. Despertar temprano una mañana de domingo, cuando el resto del mundo duerme, y salir de puntillas de la cama para tener “tiempo de calidad” que compartir con ese improbable gran amigo. Y es improbable porque ahora la pantalla me absorbe la mayor parte del tiempo: reportes de trabajo, navegación en línea, redes sociales, videos, fotografías...
Me encanta saber que podemos robarle algo de espacio y tiempo al día para estar ahí, construir nuestra cita secreta, re-crearnos el uno al otro: la lectura es una de las pocas ocupaciones estáticas en las que cambiamos nosotros y somos cambiados por aquello que transformamos, sin mover mucho más que un dedo, la muñeca, o dando un ligero asentimiento de cabeza. Millones de conversaciones privadas, únicas, sostenidas entre un autor y su lector. No hace falta hablar para que el libro y yo sepamos de qué se trata esta dinámica, de qué manera vivimos juntos, discutimos, concordamos y discordamos. Sólo quien lee habitualmente sabrá de esa extraña sensación de cabeza nublada, que no se va hasta no terminar de leer un texto pendiente.
Mis libros y yo somos un universo aparte, un infinito cúmulo de mundos engarzados con otros mundos. Como Borges, siempre he imaginado que el Paraíso debiera ser muy similar a una biblioteca: es el único modo que tengo de imaginar sobrevivir el infinito.

The Fantastic Flying Books of Mr. Morris Lessmore (2011). 
Dir. William Joyce & Brandon Oldenburg. 
Música original de John Hunter.

Este texto se publicó originalmente en el blog de Life & Style México, pero aparentemente ya no existe ahí. Lo republico aquí con el deseo de rescatarlo... Qué se le va a hacer, le agarra uno cariño a sus ideas.