21.5.10

The smol picshur

Estoy convencida de que toda crisis trae implícita su oportunidad de crecimiento. También me gusta pensar que la vida es tan difícil como uno insiste en hacérsela (y tal vez, sólo tal vez, por eso tengo tan guardada a mi bitter tan querida y tan frecuentemente cínica y deprimida y ácida y demás). Así que la crisis de los 30 tiene aparejado el asunto de quién planeo ser el resto de mi vida, ahora que soy joven pero ya no "joven" sino "adulta".

Si en algo es cabrona la vida es en esto de los aterrizajes. Ahorita, de plano, me enfrasqué en unas buenas semanas de "Quién soy, qué hago aquí, a dónde voy y para qué" de no me chingues. Todo lo que se desató en enero y febrero se fue acomodando (de manera muy incómoda) en abril y lo que va de mayo. Lo peor fue la caída de veinte de que ya estoy muy vieja para niña prodigio (otra vez el fantasma de la soberbia, verde él, me persigue de cerca) pero que aún estoy joven como para decir "ya me acomodé y ya qué". La pregunta sabia de mi terapeuta fue: Ok, si ya te diste cuenta de todo lo que no vas a hacer, ¿qué sí quieres hacer? ¿En qué te ves?

Una de las respuestas está, por supuesto, en mis viernes por la noche. He sacrificado las salidas con amigos, dormir más, pasear temprano al perro y esas cosas (todas ellas buenas) por regresar a la docencia con alma de desesperada. Ahora, maestría. Mi materia, por supuesto. Lo primero que descubrí es lo mucho que me balancea dar clases, contra lo desbalanceada que me hace sentir a veces mi rutina cotidiana. Otra cosa es recordar la sensación de sobrevivir una semana entera haciendo todo lo demás que debe hacerse para dedicarle 2 horas maravillosas a lo que quiero hacer.

No es que mi identidad visible de día no sea entrete: es que tiene cosas que me gustan (analizar, sistematizar nuevas metodologías, integrar números e insights en un todo coherente) y cosas que de plano nomás me matan de a poquito (qué dramática, pero díganme si la felicidad está encerrada en hacer cotizaciones, presupuestos, registrar las horas laborales al día... bueno, a lo mejor la felicidad de alguien más sí, la mía —tristemente— no). Integrar esos dos lados en una semana de 5 dias, 9 o 10 horas por dia, se vuelve un desgaste tremendo.

He sido afortunada. Pasé de lamentarme a imaginar qué puedo hacer con los limones que me dio la vida (tengo un par de doses y no mucho más). Dejé de lamentarme por mi circunstancia inmediata, y me he colado en la circunstancia de los demás. Ahora estoy tratando de entender cuál es mi papel en la "big picshur", en vez de dar vueltas en círculos tratando de encontrar toda la satisfacción en el reducido espacio de mi cubículo laboral.

Está el instituto, está la docencia, está Olga. Están mis amigos, los libros (mis amigos los libros, también). Está un proyecto de vida quw quiero empezar a delinear, ojalá que con la ayuda de quienes están a la mano. Si no, habrá que autoayudarse sin libros de gurús de por medio. El único gurú que sigo es al que dijo la famosa frase:

El infierno de los vivos no es algo por venir; hay uno, el que ya existe aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Hay dos maneras de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de dejar de verlo. La segunda es arriesgada y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y darle espacio.


Hay que dejar de hacerse infiernos, y empezar a construir en aquello que, a todas luces, no es infierno. No dejarme jalar a los infiernos particulares de otros. Y, como decía el buen mal poeta, "no salvarme".

Estoy toda llena de buenos propósitos para mí. A ver cuánto me duran, pero espero que suficiente como para que se note ;)