28.3.07

Interscriptum

Yo ya decidí que no existo. Sï, es oficial. Sólo soy un personaje entre tantos personajes, una piel entre tantas pieles, una máscara entre máscaras.

Quiero empezar a columnear (bonito verbo que se traduce por "empezar a escribir con tono de columna") y usar para ello a bitter. No sé si extraño su tono o su fama. Ah, porque se sentía bonito tener gente que comentara, aunque luego fueran más bien lectores que creían saberlo todo de uno nada más porque leían el blog (al fin parece que ya todos se fueron y apagaron la luz, ojalá). Dice R que es porque nunca fue personaje del todo. Si la vuelvo columnista ¿se volverá personaje sola?

Estoy intentando escribir poesía, todo por la maldita obsesión de mejorar en ello. Ayer escribí una línea en el refrigerador: "adolorido animal soy". Trataba de volverlo algo downbeat, con un ritmo que decreciera, sincopado, lento. "adolorido animal soy". Llegó R: "No tiene ritmo". Reescribió: "Soy animal adolorido". Ahora tiene upbeat, va creciendo. "taca-tá-taca-tá-taca-tá, en eso consiste el ritmo".

Soy arrítmica, pues. Mi consuelo es que lo que siguió escribiendo R en el refrigerador era entre dadá y pinche... No tengo ritmo, pero tengo coherencia, jaja.

Hoy, otra entrevista. Es la cuarta relacionada con el mismo trabajo que no sé si quiero o no quiero tomar. No quiero trabajar tres meses y botarlo. Tampoco quiero entrar, comprometerme y abandonar la escuela. La verdad es que creo saber qué quiero, pero no estoy segura de querer ejecutarlo. ¿Y si lo único que quiero es que mi vida siga siendo mía y siga siendo simple? ¿Estará mal decirle que no a una oportunidad que pintan calva porque no puedo tomarle el pelo? ¿Cómo diablos defino si la emoción que siiento cada vez que me llaman soy yo o es el hurón?

Llevo tanto tiempo peleando por aplacar al pinche hurón de la neurosis (ya saben, la rata larga esa que corre en círculos en mi cerebro, rascando esquinitas, escondiendo datos, poniéndome de malas, la que produce el dolor ese en la base del cráneo y en la coronilla cuando me concentro mucho) y ahora que aparece una propuesta de trabajo como el que dejé pero más organizado (y tres o cuatro veces más exigente) de pronto el hurón adormecido despierta y empieza a dar vueltas y me dice que sí, que podría con todo, que tengo derecho a intentarlo, que necesitamos el dinero, que de todos modos más vale que esté ocupada.

Del otro lado, aparece el animal nuevo, que no identifico todavía (tal vez es Jacinto) y me pregunta si deveras tengo necesidad de regresar a todo eso. Es como una adicción, la adrenalina, la sensación de logro, el estrés. Es eso, una adicción. Es la urgencia de hacer todo al mismo tiempo. Me recuerda mi valioso tiempo para mí, las caminatas por el mercado, lo que disfruto compartir con los alumnos (con excepción de los tres que mienta el hurón para convencerme de que la docencia no es lo mío).

Vivo en esa frenética lucha entre escribir y no, entre trabajar como negro o vivir como negro (aunque si trabajo como negro puedo garantizar que nunca habrá tiempo libre, que no habrá vacaciones, que rara vez saldré, en definitiva, que viviré como negro también), entre decidirme por el prestigio de una chamba nueva o por la tranquilidad que implica saber que de aquí no me voy a mover a ningún lado.

¿Es paz o así se siente la mediocridad?

Entrevista en 4 horas. Terror. Y una respuesta que no sé todavía cuál será.

12.3.07

Lunes de ciudad.

Traigo tanto pinche cansancio que la verdad no me quiero dormir. Mañana, en teoría, llego a las 7 de la mañana a recoger exámenes "para resolver en casa" (una bonita idea que se me ocurrió, mandarle un caso práctico de 8 páginas a mis alumnos de Mercadotecnia Estratégica, famosos en toda la escuela por lo reacios que son a la lectura...) Después de eso, ooooootra vez el grupo de semiótica en donde se encuentra el "Rat Pack", al cual, si se presenta, les aplicaré un examen de 10 preguntitas sobre el libro que tenían que haber leído (y eso no estaba en los términos de la evaluación, para que vean que a veces las excepciones les sirven... bueno, no, en realidad ni leyeron el libro así que en realidad sólo lo hago para nivelar la percepción de "maestra ojete").

Ya cuando termine, podré regresar a mi casa, o —con un poco de entusiasmo— al museo (tengo muchísimas ganas de ir a San Ildefonso, a ver la exposición ésta de Revelaciones). R anda como loco, cortesía de su trabajo. Mañana cumplimos meses y ahora quería prepararle una sorpresa bonita, pero supongo que tendré que dejarla para una temporada laboral un poco menos acelerada (creo que ocurrirá cuando cumplamos 10 años de casados). Al menos ya le tengo un librito, que me regalaron por comprar dos de Compactos Anagrama y que espero que le guste.

El bautizo al que fuimos el sábado me puso realmente bien. En lugar de bautizar al sobrino (ah, porque ya decidí que también es mi sobrino) sólo por la iglesia, se organizó una ceremonia emotivísima en la orilla del lago de Pátzcuaro... La ceremonia fue intensa, inteligente, tremendamente mística, lúcida... Vamos, que en realidad me la pasé llore y llore y tomando fotos con la cámara digital de los papás del sobrino. El chamaco, además, es adorable: no llora, todo el tiempo está chisposo y encantado de tratar con gente y si hace berrinches se le pasa en tres segundos (como buen teatrero).

Tuve un fin de semana precioso, pues. Porque no sólo fue el bautizo (que además hizo que el rito tradicional católico demostrara ser un sinsentido), fue también descubrir a los amigos de R y tomarlos por propios, desear súbitamente casarme en una ceremonia nuestra (no oficial), caminar con él tomados de la mano por las calles de una ciudad que amo con fervor, dormir piel con piel, llorar en sus brazos, cantar en el coche a voz en grito, reírnos como tontos (y hasta pelear un poco, por que no). Fue encontrarme de narices con la vida nueva que estamos construyendo. Maldita, maldita impaciencia, que es el demonio contra el que lucho todo el tiempo.


(Pienso en la carencia de público de estos textos, y me gusta)

7.3.07

In-docencias.

Ah, la feliz vida de un profesor universitario.

Desde que tenía algo así como 4 o 5 años supe que yo quería dar clases en una universidad. Le echaré la culpa a mi señorpadre.net, que me llevaba irresponsablemente a dar la lata mientras él impartía cátedra en una universidad harto patito (en la que años después yo dejaría una carrera a medio estudiar). Recuerdo la felicidad que me causaba hacer dibujos en un pizarrón mientras que él intentaba atraer la atención de sus alumnos. Recuerdo también la emoción que sentía al ver la interacción que tenía con los estudiantes, algo que extrañé durante la mitad de mi vida estudiantil (en la primaria siempre deseé que me trataran como un adulto miniatura, ja).

Durante años largos pospuse el sueño. Primero, porque no me sentía suficientemente preparada. Después, porque empeñé mi vida a corto plazo con la jefa que vino del infierno (ah, sí, Pili y su revista que amé y ahora ya no sé si me gusta o me disgusta y su agencia de locos) y después porque me chuté un año deprimida, trabajando en la otra agencia, tratando de definir qué quería de mi vida.

Bueno, cuando me decidí por fin, desembarqué en la docencia y le he invertido bastante energía. Vamos, que algo por lo que me paro a las 6 de la mañana más vale que me guste o medio me satisfaga... O al menos eso es lo que he creído en los últimos meses.

Llevo jugando al profesor universitario desde noviembre del año pasado, con resultados medianitos. Algunos alumnos me detestan, otros me quieren bien, uno que otro sospecha que soy un fraude (algo de razón tiene, que ni qué... es lo que pasa cuando tomas una materia a la mitad) y la mayoría son tan indiferentes a mí commo yo a ellos. En suma, que soy una profesora promedio, trabajando en una universidad promedio.

Ah, pero cuando se me juntan los factores... En realidad estoy bien consciente de que tengo pocos alumnos que valgan la pena el esfuerzo. Por ejemplo, las clases de mercadotecnia estratégica las preparo por un solo alumno entre los 12 que tengo. En Comportamiento del consumidor, preferiría hablar de libros con mi única alumna que perder el tiempo tratando de interesar en la materia al bloque de piedras que la rodea. En lo que se refiere a semiótica, tengo un grupo bueno a secas (aunque debo confesar que son de sangre bien ligera, así que los quiero en lo personal) y un grupo terriblemente mediocre, en donde mis dos alumnos brillantes literalmente destellan. En semiótica de la publicidad, cuatro alumnos que a veces son cinco, tienen un carisma terrible pero son incapaces de demostrar interés por nada. Proceso administrativo es mi cruz, la materia que nunca llevé en la carrera y que ahora imparto a 15 alumnos a los que les interesa tanto como a mí.

Ayer fue el día que vino del infierno. Último día con el collarín. Martes, proverbialmente pesado porque empieza a las 7 de la mañana y termina a las 10 de la noche. El grupo mediocre de semiótica. Y yo encargándoles escribir un ensayo después de leer un libro. Por supuesto, no leyeron, y al menos dos de los trabajos bajaron directamente de internet... Y eso no fue lo peor: el grupo al que ya había pescado en la trampa (los imbéciles iban platicándolo en la escalera, justo frente a mí, el día anterior) se puso terriblemente insolente, se pelearon a gritos conmigo... y luego fueron a hablar con la directora, fingiendo preocupación por su calificación (que, strictu sensu, le correspondería a la investigadora Gilda Flores Rosales). Acto seguido, llamada de la dirección para hablar conmigo: por favor, sé razonable, permíteles arreglar el asunto.

¿Cómo le explico a la directora que no pretendo permitir que otra pandilla de mediocres salgan de mi materia sin saber un pito? Pues de ninguna manera. Sonrío, aguanto vara y le digo que si los muchachos me buscan, les propondré una solución. En la noche, le platico a R mi deprimente caso, y me regaña por creer que mis alumnos son personas... Algo de razón tiene. Sin embargo, me puso enormemente triste pensar en ser una de esas "maquinitas de memorizar" en las que me propone transformarme. No quiero que mis alumnos salgan de mi materia absolutamente carentes de sentido crítico. No quiero que los que tienen posibilidades de abrir sus horizontes queden limitados por estudiar entre imbéciles.

La sola perspectiva de llegar hoy a recibir trabajos mediocres me descorazonaba. Gracias, Dios, por poner al grupo bueno después del grupo pinche. Éstos prefirieron que invirtiéramos la hora en dar una revisión previa a sus trabajos. Hubo algunos que tenían material chido. Ya recuperé la fe en la labor docente, en las posibilidades de impartir una materia en forma tal que generen ideas propias. Ahora sólo me falta ir con la directora teniendo las pruebas del plagio absoluto en la mano: "lo siento, yo no puedo dejar pasar un fraude académico de este tamaño en mi materia".

Tengo que calificar un chorro. Tengo que leer los otros "ensayos" para ver qué tan inútiles están el resto de los alumnos. Y tengo que recuperarme, ¿dónde se ha visto que los profesores se conflictúen por descubrir que sus alumnos son unos absolutos patanes y unos perfectos imbéciles? ¡Vaya labor titánica que tengo pendiente!