31.3.09

Bifasica

Mi asesor de tesis empieza a temer que el trabajo se trague mis letras. Yo creo que más bien es probable que estén entrando en un estado de latencia, igual que todas las enfermedades crónicas e incurables. No puedo dejar de escribir, ni aunque quiera. Mi vida entera está compuesta de letras e imágenes que luego se recomponen en historias. Qué importa si después no logro narrar todas esas pequeñas escenas que se conforman en mi cabeza conforme los días avanzan y las personas aparecen y desaparecen: la mujer con la que me crucé en la banqueta la tarde de ayer; el curioso sujeto de la librería que ya estaba ahí cuando llegué y seguía dando vueltas cuando yo me fui, sin detenerse, sin tener un libro entre las manos, sólo perdido entre los estantes.

Creo que estoy en "fase introvertida". Uno de los máximos descubrimientos derivados de mi rollo este con el análisis de temperamento, es que me muevo en la finísima línea que divide la introversión de la extroversión, y tengo temporadas en las que estoy clarísimamente de un lado, y otras en las que estoy evidentemente del otro. Mis fases extrovertidas casan con la participación en círculos de lectura, presentaciones en eventos de lectura de poesía (ja) y otras cosas así de demandantes. Por ahora, estoy concentrada en escuchar música, ir al diplomado, escuchar sin abrir la boca (ya sé que nadie lo imagina, pero sí: puedo estar en un salón de clases sin abrir la boca, sin preguntar miles de cosas, sin refutar), pensar muchísimo e idear, idear, idear.

Eso sí: estoy descubriendo un mundo de ideas que ya no sé si salen de mí o si me vienen de fuera, o si están a medio camino entre uno y otro lado, y yo sólo sirvo como el conector: cuando abro la boca, descubro que ideas muy complejas están acomodándose, tomando forma, configurando los siguientes pasos. Lo cierto es que disfruto ambos momentos de mi persona, y he aprendido a sentirme cómoda con mis ritmos y mi pellejo, en vez de sentirme rara por estar con ganas de leer, escuchar y callar... Falta que acostumbre a los demás a eso, ja.

He tenido un mes de trabajo intenso, con logros chidos (que no me imaginaba conseguir) y problemas curiosos (que tampoco imaginaba tener que resolver). También me topé con la repentina oportunidad de reconciliarme con una parte de mi pasado y, aunque no he actuado a ese respecto, lo cierto es que el sólo haberme planteado ciertas preguntas representa todo un avance en mi caso. Digamos que la ex víctima de bullying que todavía habita en un rincón de mi cabeza está asomando la nariz, para darse cuenta de que sus fantasmas son sólo eso, y que el mundo nunca va a ser tan peligroso de nuevo. Total, que me estoy reconciliando con mi adolescencia también, muy a título personal y sin necesidad externa. Cool.

Pero no todo es trabajo: disfrutar a los amigos, sobre todo a los vecinos, que nos han sido entrañables desde antes, y ahora que vivimos a 6 cuadras los unos de los otros, más. Rockear con amigos distintos cada vez, disfrutar las últimas desmañanadas de sábado con los de la maestría (ya nos urge acabar, dios mío, ya nos urge); ver a la familia, recibir al suegro de visita (y verlo por primera vez en 2 años). Planear (con cierta inminencia) un futuro común.

Ya me voy: cortesia de la gripe y el calor, me sangra la nariz incontrolablemente.

16.3.09

Pronósticos cumplidos

Las citas se cumplen. Hace 15 años yo tenía 15, y todavía no empezaba a escuchar a los Smashing. Recuerdo claramente haber sido muy fan de la estación rocker del IMER, que ocupaba la sintonía que ahora aloja Reactor. No era yo escucha de Radioactivo, aunque mis amigos sí.

Recuerdo con claridad, de entre mi adolescencia, aquella canción que afirmaba: "soy un bicharajo, soy un raro, ¿qué chingados hago aquí? No pertenezco a este lugar". Se me hacía una cosa muy gloriosa, la clase de cosas que La Negra y Yogui aportaban a mi formación. Después yo los ayudaría a completar su colección de spots de Radiactivo con los que tenía mi hermano, y le añadiríamos el inmortal de Martín Hernández: "WFM te va a mandar a donde nunca nadie te había enviado antes".

Esa época le metió mucha música que me aprendí, pero que al mismo tiempo no supe quien cantaba. Como que mi mundo en ese entonces transcurría entre el rock en español, el movimiento de rock mexicano (recordemos que en esos entonces yo vivía en el norte de la ciudad, en la misma colonia en la que habitaban dos de los miembros de Café Tacvba, el cantante de la Castañeda y no sé si alguien más así de ilustre) y la música de Joaquín Sabina. Después tuve mi época rara de estudiar Administración y cantar trova y Mecano y otras cosas viejas, y despegarme del rock en inglés (La Negra ya estaba estudiando turismo y viajando mucho, Yogui era más amigo de ella y de Almendra que mío).

No fue sino hasta que estudié comunicación y descubrí ese piso 7 1/2 que era la oficina de Expresión, que de pronto me encontré con la gente que me ayudaría a definirme por fin como aquella que era y no sabía, como aquella que siempre quise ser: Monyque, La Paos, mis Hobbits, Marco... todos aquellos que le pusieron sentido a ser quien eres y no quien esperan que seas. Y en ese proceso empecé a reconocer lo que había escuchado hacía tiempo, y aprendí a escuchar otras cosas.

Una frase recurrente entre los haitantes de esa isla de las ideas era "¿Te imaginas que vinieran a México?". Yo reaprendí a escucharlos, y me di cuenta de que había años luz de distancia entre ése "eres tan jodidamente especial" y "te lo haces a ti mismo, lo haces, y eso es lo que más lastima". Esa distancia (y el video que hizo Mó con su equipo, con Chore viviendo en una alcantarilla) es parte de mi proceso de maduración tardía. Nunca, jamás, pude llegar al nivel de fanatismo de mis amigas: me llevaban entre 5 y 7 años de ventaja, en realidad casi 10. Se habían criado con esas cosas haciéndoles sentido en la cabeza. Pero vivía pensando: "¿Te imaginas que vinieran a México?".

Pasarían al menos otros 5 años. Salimos de la universidad. Nos escribíamos en fotologs. De vez en cuando, perlas absolutas de Mó luciendo su comprensión profunda de las letras y su relación con la vida real. Me fui haciendo de más y más canciones. "Arreste a ese hombre... he dado todo lo que puedo, pero no es suficiente; seguimos estando en la nómina"; "La ambición te hace ver bastante fea; pateando y chillando, cerdita de Gucci". Es educación sentimental, dirían.

Nunca fui tan fanática. No soy suficientemente meritoria como para hacer fila durante dos días por un boleto. Pero sabía que lo tendría. Albanner y yo hicimos un trato: ir el lunes, perdernos la primera media hora, acercarnos a los cerdos revendedores ya desesperados y sacarles esos inmerecidos boletos en lo que realmente costaron. No hizo falta: hace un par de semanas, otra de mis amigas nos dijo: me sobran dos boletos.

No iré, como soñaba, con mis amigas de esa época definitiva. Pero sé que en ese mismo auditorio estarán ellas, estaré yo, estarán también mis amigos actuales. Lo siento por quien me dijo "eso es una borreguez". No ser fanática no indica que no hayan marcado mi vida, al igual que la de muchas personas con las que comparto mucho más que una generación.

La cita se cumple. Despertaremos mañana del sueño y descubriremos que ya no hace falta preguntar. Vinieron a México. Están aquí. Estaré, estaremos, ellas ya están y volverán a estar ahí. Aunque no lo estuvieran, nos reunimos en torno a nuestros recuerdos y yo las tengo en mí. Bienvenidos, 23 (sólo por un día) y mi estatus de "nerd queen" (sólo por un día, también). El martes regreso a la anormalidad.

10.3.09

Viaje y de rebote

Fui a Guadalajara. Trabajé a ritmo de locos (lo cual no impide que también haya visto a D, el poeta, y que hayamos bebido y cenado y bebido y platicado mucho), leí un montón de cosas, comí una torta ahogada intrascendente (ay, qué coraje... debí de haber hecho caso de Chato y haberme comido un lonche, pero ya ni qué) y la única foto que me traje de allá fue la de las palmeras luminosas que decoran el Centro Magno.

Después de dos días, tomé otro avión y regresé a Culiacán después de tres años de ausencia. Recordé en el trayecto que justo hacía 3 años que había emprendido el juego de turista que acabó dejándome curada de espantos con las oficinas (y ya ven que volví a caer, ja). Culiacán ha crecido todavía más, aunque también se ha vuelto una ciudad más cara. Además, la señora del presidente tuvo el mal gusto de ir a un evento justo en el hotel en el que me hospedé... me revisaron la bolsa, la maleta, los prototipos y hasta las compras que llevaba.

No lo niego: sigo disfrutando muchísimo a la gente de allá. La mala noticia es que mi restaurante chino favorito ya es una mugre, pero el ceviche de camarón y los tacos Gobernador me hicieron el día. A la mañana siguiente (ya era jueves), a las 6 de la mañana, estaba tomando el taxi al aeropuerto. Pasé frente a la capilla de Malverde y no hice la señal de la cruz.

El avión salió a las 7, justo después de que yo comprara coricos y machaca y chilorio para mi gente. Llegué de regreso a las 10 de la mañana, donde me esperaba brillante (y por primera vez) mi marido. No cabe duda: la vida cambia. Después fue todo dormir un rato, llegar a la oficina, trabajar un poco más y recibir muchas preguntas: "¿Cómo te fue?" "¿Todo bien?" y la triunfal frase de mi jefe, que me hizo la semana, "se te echó en falta". Sí, la vida cambia, y uno trabaja en oficinas sólo cuando lo convencen a uno.

Ahora estoy pasando por mi bonito porceso de adaptación, ese en el que recuerdo que trabajo con más gente, y que puedo platicar y reírme y comer con mis compañeritos. La bendita introversión se instala cómodamente en mí y yo la dejo estar por unos días. La necesitaré.