10.3.09

Viaje y de rebote

Fui a Guadalajara. Trabajé a ritmo de locos (lo cual no impide que también haya visto a D, el poeta, y que hayamos bebido y cenado y bebido y platicado mucho), leí un montón de cosas, comí una torta ahogada intrascendente (ay, qué coraje... debí de haber hecho caso de Chato y haberme comido un lonche, pero ya ni qué) y la única foto que me traje de allá fue la de las palmeras luminosas que decoran el Centro Magno.

Después de dos días, tomé otro avión y regresé a Culiacán después de tres años de ausencia. Recordé en el trayecto que justo hacía 3 años que había emprendido el juego de turista que acabó dejándome curada de espantos con las oficinas (y ya ven que volví a caer, ja). Culiacán ha crecido todavía más, aunque también se ha vuelto una ciudad más cara. Además, la señora del presidente tuvo el mal gusto de ir a un evento justo en el hotel en el que me hospedé... me revisaron la bolsa, la maleta, los prototipos y hasta las compras que llevaba.

No lo niego: sigo disfrutando muchísimo a la gente de allá. La mala noticia es que mi restaurante chino favorito ya es una mugre, pero el ceviche de camarón y los tacos Gobernador me hicieron el día. A la mañana siguiente (ya era jueves), a las 6 de la mañana, estaba tomando el taxi al aeropuerto. Pasé frente a la capilla de Malverde y no hice la señal de la cruz.

El avión salió a las 7, justo después de que yo comprara coricos y machaca y chilorio para mi gente. Llegué de regreso a las 10 de la mañana, donde me esperaba brillante (y por primera vez) mi marido. No cabe duda: la vida cambia. Después fue todo dormir un rato, llegar a la oficina, trabajar un poco más y recibir muchas preguntas: "¿Cómo te fue?" "¿Todo bien?" y la triunfal frase de mi jefe, que me hizo la semana, "se te echó en falta". Sí, la vida cambia, y uno trabaja en oficinas sólo cuando lo convencen a uno.

Ahora estoy pasando por mi bonito porceso de adaptación, ese en el que recuerdo que trabajo con más gente, y que puedo platicar y reírme y comer con mis compañeritos. La bendita introversión se instala cómodamente en mí y yo la dejo estar por unos días. La necesitaré.

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