18.2.09

De El libro salvaje


A veces he llegado a creer que uno lee para encontrarse a sí mismo. El problema verdadero viene cuando, al leer, te descubres leyendo algo que es tu historia y no es tu historia.

Como empieza el libro: "Voy a contar lo que ocurrió cuando yo tenía 13 años. Es algo que no he podido olvidar, como si la historia me tuviera tomado del cuello". En mi caso, después del fantástico intro, lo que tendría que decirse es que yo estaba a mitad de la secundaria, que las amigas que tenía no eran tales y que mi sueño recurrente implicaba seguir dormida y no despertar nunca. Y luego la biblioteca de mis abuelos me descubrió a mí, y las larguísimas tardes de encierro se transformaron en tardes de lectura. Ya no importaba si no había historias en mi vida real, porque siempre las había entre las páginas que se escondían entre las estanterías. Me volví un ratón de biblioteca, que no emergió de ella hasta que, "como un pollo ilustrado y recién nacido", estuve lista para volver a vivir en la realidad (aunque siempre, desde entonces, me acompañan los libros).

La persona que estuvo más implicada en acercarme a esos libreros fue mi abuela, que me pedía que le buscara cosas en el diccionario como si lo necesitara, con los lentes puestos sobre la nariz y sostenidos por una cadenita dorada que le rodeaba el cuello, con la pluma bien dispuesta entre los dedos azules y nudosos de la mano derecha y el libro de autodefinidos en la izquierda, con su cobija tejida sobre las piernas, rodeada de esos tomos que soltaban un polvo que brillaba cada que los tomaba y que tenían un olor particularísimo, al cual empieza a parecerse —ahora apenas— el olor de mi despacho.

Después de que mi abuela se fue (cuando yo acababa de cumplir 14), su espacio se transformó en el mío. Nadie más subía las escaleras por la tarde, porque nadie —ni siquiera yo— podía soportar su ausencia. Sin embargo, seguía creyendo que la encontraría al jalar un libro, y así me aventuré a trepar por las estanterías, a hojear la biblioteca joven Salvat, a leer cuentos rusos, a husmear entre revistas viejas. Sigo creyendo que mi abuela vive entre las páginas de todos los libros que leo y que leeré a lo largo de la vida.

No sé en qué estaba pensando Juan cuando escribió este libro. Lo que sí sé es todo aquello que me trajo, lo mucho que me reí y que lloré mientras lo leía (es más, lo que puedo llorar ahora, recordando a mi numen tutelar). No sólo encontré mi pasado, fui leyendo mi presente en estas hojas, en estas letras. Dice el texto que los grandes lectores modifican lo que leen. Yo digo que sí es cierto, que los libros, como los amigos, te modifican y se modifican a lo largo de la convivencia.

Es cierto, también: comparto la superstición. Los libros buscan a sus lectores. Éste me encontró. A lo mejor también los anda buscando a ustedes. Si es así, déjense hallar. Prometo que lo van a disfrutar...

Villoro, Juan: El libro salvaje; México, FCE, 2008.

10.2.09

Post de (y desde el) trabajo

Ya había dicho que no bloggearía en la oficina, pero más pronto cae un hablador que un cojo. La verdad, estoy bastante bloqueada (uno de esos casos en que ya sabes dónde estás y hacia dónde vas, pero no sabes cómo caminar de A a B y a C... una tontería, pues) y entonces me he dedicado a procrastinar, una de mis actividades favoritas (como ya lo saben mis queridos lectores).

En fin, que ya subí el texto sobre la niebla, ya pagué mi inscripción a la maestría (que por lo que parece este cuatrimestre sí estará chida) y ya estoy cursando el diplomado en Teoría Crítica, que el jueves pasado nos dio un pretexto para discutir sobre Marx y el funcionamiento de la economía capitalista, y este jueves versará (que verbo tan cuco) sobre Nietzche y "Así hablaba Zaratustra".

Tengo que avanzar también en la corrección de un par de tesis, la creación de textos para una página de internet y ojalá que algún día tenga tiempo para dormir un poco... Además de que las cosas con el Instituto van chidas.

¿Que no les he contado sobre el Instituto? Ah, pues es un proyecto rete bonito. Lo estamos poniendo en marcha junto con mi tío el de la fiesta de disfraces (que es un tipazo, y no sólo por las fiestas que organiza). Él fue consejero en un centro comunitario en Canadá durante 5 años... y cuando regresó le dio por querer hacer algo semejante acá; lo que siguió fue reunir a la gente más dispar y dispersa que se encontró (es un decir) y formar un comité que está trabajando incansablemente para poner en marcha un Instituto de Consejería. Por ahorita ha sido mucho trabajo de fin de semana, pero bien disfrutable. El asunto empieza por conocerse mejor uno mismo (si recordara la frase en latín, la pondría) y luego por entender mejor a los demás, ponerse en los zapatos del otro, comprenderlo y aceptarlo. Suena chido e idealista: por supuesto que ahí estamos. Ya recibirán más noticias, seguro.

Las tesis son de mi socia, Lalili, y de Gallo, que ya se quieren titula ambas dos al mismo tiempo (sólo que una de la maestría en área creativa y la otra de la licenciatura en sociales)... Me traen carrereada, pero vale la pena, los dos temas de tesis están chidos.

Y ya. Por ahora escucho mi iPod para aislarme y tratar de concentrarme, aunque creo que está funcionando mucho más por el lado "introversión creativa" que por el otro (más deseable) de "introversión analítica". Espero dar el salto hacia el análisis en algún momento antes de las 6 de la tarde (hora de terapia, ja). Me fui.

3.2.09

Otra vez Xalapa

Pues fui a Xalapa y ya regresé. Bueno, mi cuerpo ya, pero creo que dejé el cerebro en el ADO que nos trajo de regreso.

Recuerdo que en mi infancia Xalapa se escribía Jalapa y no Xalapa, tal vez porque las X estaban como devaluadas, yo qué sé. Ahora más bien forman parte del orgulloso carácter de mi pueblito burrero adoptivo.

Ya escribiré después en Vespertina star algo que estoy trabajando sobre la niebla y la neblina y esas cosas atmosféricas. Por ahora, sólo reportándome de vuelta...