28.10.10

The end is the beggining is the end

Lo logré. Creo que ya pasó el bache de querer dejarlo todo y salir corriendo. Ahora viene la avidez, la emoción desenfrenada de quererlo todo al mismo tiempo: desear demostrar todo aquello que esta empezando a crecer en mi cabeza, iniciar cosas nuevas, más grandes, mejores.

Después de haber pasado por esa temporada en la que extrañaba mucho ser quien fui hace un par de años, creo que me ha llegado el momento de asumir que soy quien soy ahora. No puedo ser nadie más, nada más que esto en este instante. Lo divertido es que una vez que lo asumo, me gusta y me llena de cosas.

Pienso en esta tarde, la más importante que he tenido a nivel profesional en varios años. En lo divertido que fue (y lo estresante y tensionante también). En lo mucho que he aprendido a disfrutar mi entorno laboral, sobre todo cuando pasó de ser un área a ser un universo en constante movimiento. Viajar con otras personas, trabajar hombro a hombro con compañeros de otras áreas, hacerme de amigos nuevos; de pronto descubrir que están apareciendo sueños que antes no tenía y que probablemente me lleven a sitios que ni siquiera imaginaba.

Eso hace que me cuestione mi vida personal, también. Y asumir los múltiples cambios en mi vida personal da como resultado encontrar nuevas personas que me hacen feliz cuando comparto tiempo con ellas. De pronto, mis amigos de la maestría se vuelven el tipo de eje que sólo se crea en la universidad, pero los de la universidad son tan antiguos y queridos como los de la prepa, y los de internet se salen de ahí y me abrazan y escuchamos música juntos y se saben mis chismes mejor que nadie.

No sé. Creo que ésta que estoy reencontrando se empieza ya a sentir feliz de ser. Ahora toca trabajar por que dure...

23.6.10

Retazos

Aparecen de pronto. Generalmente, cuando estoy cansada, tuve un día pesado o simplemente traigo cargando una depresión que me niego a tratar en terapia (llevo casi un mes prófuga, sólo porque siento que esto no es algo de lo que pueda hablar, porque el grupo no acaba de ser lo mío, ay, chin, ya lo dije, lo siento). Son esos trozos de pasado sin resolver que se quedan atorados, como los jirones de ropa que la protagonista de la película deja atorados en las espinas de los arbustos mientras huye por el bosque —y que después servirán para rastrearla.

De repente me llegan correos de gente a la que hace tanto que no veo que ya no sé cómo hacerle para iniciar una conversación con ellos (sí, me casé, qué pena que no fueron a la boda, no, no planeamos tener hijos en los próximos 20 años, por cierto, qué grandes están los tuyos, sí, sigo trabajando en lo mismo, me voy a comprar un nuevo celular, ¿sabes?); o me manda mensajes la amiga a la que corte hace dos años por inequitativa (mucho escuchar sus broncas siempre iguales, muy poco acompañarme) y que parece que no se ha dado cuenta de que la desaparecí, de un plumazo, después de casi 10 años de estar ahí para ella.

Eso se me da bien: desaparecer. Tengo cierto talento para salir de la vida de la gente, con un portazo o similares; a veces basta sólo un discreto deslizarme por entre las piernas de izquierda actor y puf, no hay más de mí. Me inquieta mi capacidad para cortar lazos, para dejar ir, para esfumarme, un poco como esos personajes de Auster que un día, sin más, deciden dejar atrás lo que conocen, a quién conocen, y empezar (o no) en otro sitio.

He soltado amarras tantas veces, de tantos puertos, que cuando regreso y descubro que lo que dejé ya no existe, que las cosas han cambiado, han crecido o desaparecido, no puedo evitar una sensación de pérdida que generalmente tendría que haber estado ahí la primera vez (pero nunca estuvo). Hacer de stalker en las fotografías de alguien a quien también, desincorporé (y de quien me desincorporé), leer sus historias, descubrir que sus tumbos siguen estando ahí y que —de algún extraño modo— me encantaría enterarme de ellos de primera mano, pero al mismo tiempo ya no quiero regresar...

Mi cabeza tiene muy claro por qué me fui en cada caso. En algunos, el corazón me traiciona y le da por extrañar, inclusive (a veces, sólo en ciertas ocasiones) a quienes me lastimaron profundamente. Ese vivir del pasado, de las emociones que estuvieron y que ya no están, me tiene totalmente tarada a últimas fechas. Es como si no pudiera con mi presente y me muriera de ganas de regresar a mi historia conocida, a ese hipotético tiempo en donde debí de haber sido más feliz (o eso parece que creo, ignorando el dolor, las costras, los raspones y esas otras cosas).

Ya no estoy para ser la figurante que traté de ser; ya tampoco estoy para ser la súper intelectual, la ilusa enamorada de Ícaro, la ingenua y entusiasta estudiante de comunicación, la freelance que luchaba por sobrevivir por si misma en la ciudad, la mujer que coleccionaba corazones rotos por consigna. Quisiera (quiero) ser capaz de vivir en mi momento, este presente en donde soy profesora, comunicóloga, diseñadora sin talento, esposa, propietaria/roomate de 2 gatos y un perro, amiga de mis amigos (por recientes que sean). Quiero ser capaz de mantener mis lazos presentes, sin atorarme en los retazos que perdí en la huida que emprendí para dejar de ser quien era y empezar a ser quien soy (qué complicado y paradójico)...

Pinches neurosis.

21.5.10

The smol picshur

Estoy convencida de que toda crisis trae implícita su oportunidad de crecimiento. También me gusta pensar que la vida es tan difícil como uno insiste en hacérsela (y tal vez, sólo tal vez, por eso tengo tan guardada a mi bitter tan querida y tan frecuentemente cínica y deprimida y ácida y demás). Así que la crisis de los 30 tiene aparejado el asunto de quién planeo ser el resto de mi vida, ahora que soy joven pero ya no "joven" sino "adulta".

Si en algo es cabrona la vida es en esto de los aterrizajes. Ahorita, de plano, me enfrasqué en unas buenas semanas de "Quién soy, qué hago aquí, a dónde voy y para qué" de no me chingues. Todo lo que se desató en enero y febrero se fue acomodando (de manera muy incómoda) en abril y lo que va de mayo. Lo peor fue la caída de veinte de que ya estoy muy vieja para niña prodigio (otra vez el fantasma de la soberbia, verde él, me persigue de cerca) pero que aún estoy joven como para decir "ya me acomodé y ya qué". La pregunta sabia de mi terapeuta fue: Ok, si ya te diste cuenta de todo lo que no vas a hacer, ¿qué sí quieres hacer? ¿En qué te ves?

Una de las respuestas está, por supuesto, en mis viernes por la noche. He sacrificado las salidas con amigos, dormir más, pasear temprano al perro y esas cosas (todas ellas buenas) por regresar a la docencia con alma de desesperada. Ahora, maestría. Mi materia, por supuesto. Lo primero que descubrí es lo mucho que me balancea dar clases, contra lo desbalanceada que me hace sentir a veces mi rutina cotidiana. Otra cosa es recordar la sensación de sobrevivir una semana entera haciendo todo lo demás que debe hacerse para dedicarle 2 horas maravillosas a lo que quiero hacer.

No es que mi identidad visible de día no sea entrete: es que tiene cosas que me gustan (analizar, sistematizar nuevas metodologías, integrar números e insights en un todo coherente) y cosas que de plano nomás me matan de a poquito (qué dramática, pero díganme si la felicidad está encerrada en hacer cotizaciones, presupuestos, registrar las horas laborales al día... bueno, a lo mejor la felicidad de alguien más sí, la mía —tristemente— no). Integrar esos dos lados en una semana de 5 dias, 9 o 10 horas por dia, se vuelve un desgaste tremendo.

He sido afortunada. Pasé de lamentarme a imaginar qué puedo hacer con los limones que me dio la vida (tengo un par de doses y no mucho más). Dejé de lamentarme por mi circunstancia inmediata, y me he colado en la circunstancia de los demás. Ahora estoy tratando de entender cuál es mi papel en la "big picshur", en vez de dar vueltas en círculos tratando de encontrar toda la satisfacción en el reducido espacio de mi cubículo laboral.

Está el instituto, está la docencia, está Olga. Están mis amigos, los libros (mis amigos los libros, también). Está un proyecto de vida quw quiero empezar a delinear, ojalá que con la ayuda de quienes están a la mano. Si no, habrá que autoayudarse sin libros de gurús de por medio. El único gurú que sigo es al que dijo la famosa frase:

El infierno de los vivos no es algo por venir; hay uno, el que ya existe aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Hay dos maneras de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de dejar de verlo. La segunda es arriesgada y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y darle espacio.


Hay que dejar de hacerse infiernos, y empezar a construir en aquello que, a todas luces, no es infierno. No dejarme jalar a los infiernos particulares de otros. Y, como decía el buen mal poeta, "no salvarme".

Estoy toda llena de buenos propósitos para mí. A ver cuánto me duran, pero espero que suficiente como para que se note ;)

29.3.10

La venganza del hijo prodigio

Ha sido un tema recurrente en mi vida en el último par de meses (de semanas, en realidad). Navego por la vida con bastante de girl scout, cediendo el paso, cumpliendo mus obligaciones, resistiendo una y otra vez. Doy las gracias, pido las cosas por favor, le sonrío a los desconocidos y saludo a los perros en la calle. Mantengo el aspecto de buena ciudadana, diríase.
Y, sin embargo, admito sin el menor pudor que toda la vida he conservado abierta la herida del hijo virtuoso no reconocido, de ese molesto idiota que se pasa la vida haciendo bien las cosas para sólo ser mencionado el día que incumple el tácito contrato de perfección: la maldición de ser el "hijo prodigio" en la parábola del hijo pródigo. La soberbia absoluta, pues.
Creo que en general me mantengo buena y cuerda porque sé que el día que decida darle rienda suelta a mi ira, haré que estalle el universo entero. Esos momentos del día que dedico a soñar en la revancha de los buenitos son un tesoro auténtico, un remanso puro de desesperanza y odio. Prepárate, mundo: bitterberri está de regreso.

26.2.10

Espacio-tiempo

Me lo había advertido mi asesor de tesis: cuando empieces a trabajar vas a dejar de escribir. Y sí, maldita sea. Aunque las letras están ahí flotando en mi cabeza todo el tiempo, la verdad es que no logro hacerme espacios para escribir. Tengo un personaje que me ronda la cabeza, varios poemas, este blog estacionado... Nada. El cansancio es más fuerte que yo. Bueno, el cansancio y Olga, que me esta haciendo descubrir que ser mamá de un cachorrito es muy absorbente (todavía no tanto como de un bebé, pero sí más que ser mamá de dos gatos).

O encuentro tiempo para mis letras o voy a terminar por perderme a mí. Eso creo...

17.2.10

Mil disculpas...

Pero ya me cansé. Ya no quiero. De veras, mi querido monstruo interior, estoy hasta la madre de ser la niña de los dieces, la aplicada. Basta ya de ponerme por delante, la primera en la fila de las víctimas propicias, de ser la indispensable, la buena, la que dice sí porque es de mala educación decir que no y después escupe, maldice y patea.
Basta. No importa cuanto intente obtener la imposible aprobación de mi boleta llena de dieces: mis esfuerzos deben ser míos y por mí. Deja de hacerlos cosa de alguien más, de ese padre de la adolescencia al que nada parecía complacerle suficientemente. Ya no quiero enseñarle mi boleta a nadie, no quiero que nadie me aplauda (excepto yo, a veces).

3.1.10

Enero 20-10

El inicio de año me pesca de treinta y uno al fin, con un nuevo integrante en la familia (Olga Tlayuda, una ilustre perra callejera que salvamos de la muerte en una gasolinería y ahora nos paga destrozando la puerta del baño y nuestro corazón a punta de chillidos en la noche), recién desempacada de Oaxaca, estrenando gadget (un emocionante iPod touch, que tiene todas las ventajas del iPhone sin la desventaja del teléfono) y redescubriendo las desventajas de rentarse por un sueldo mensual. En resumen, aterrizando en la vida real, con tres mascotas, un marido, un departamento que ya nos queda chico (y por lo tanto, una casa que buscar) y muchas cosas por definir en mi eterna búsqueda.

No sé si le pasa a todo mundo, pero yo vivo haciéndome preguntas. Nunca estoy segura de que mi vida sea ya y de manera definitiva lo que yo quiero que sea; siempre hay algo que dejé incompleto, o que me gustaría explorar, o que repentinamente aparece frente a mis ojos y hace que se tambaleen las decisiones hechas con tanto cuidado. De pronto viene ese asunto de recordar la advertencia de mi asesor de tesis: "En cuanto empieces a trabajar vas a dejar de escribir" (cosa que, por lo demás, este blog atestigua en forma silenciosa).

Es la docencia, es la escritura, son mis lecturas, las vacaciones que estuvieron a punto de ser recortadas, la falta de tiempo para buscar una casa en diciembre (y ahora la absoluta urgencia de hacerlo en enero). Me emociona lo que hago, pero también me emociona lo que hacía —y peor aún, lo que podría hacer. Mi vida es ese continuo de posibilidades inexploradas o abandonadas.

¿Qué sigue? El trabajo, lo de siempre, una mudanza, habituarse al ritmo canino (profundamente distinto al gatuno, que era mi ritmo). Empezar a hacer planes para estudiar la siguiente cosa. ¿Cuál es la siguiente cosa? No estoy segura. Una profesión liberal. Algo que justifique mis lecturas, la escritura, tener una vida portátil en unos cuantos años (cada vez menos, antes era a los 50, luego fue en 15 años, ahora me debato entre los 10 y los 5 con una intermitencia que sólo podrían explicar las mareas hormonales). En resumen, redescubrirme parada en la mitad de mi vida.

Oaxaca tiene mucha culpa, pero no toda. Revisar en dónde estaba hace un año (antes de entrar a trabajar), qué hacía, lo mucho que me gustaría trasplantarme a otro modo de vida, cuánto extraño a mis amigos —desde que trabajo las oportunidades para vernos son, para variar, cada vez más escasas—, al mismo tiempo que quiero formar un patrimonio, garantizarme un futuro, estabilizar mi familia. Creo que a esto se podrían referir con la crisis de los treinta: tardía, incompleta, no tan históricamente terrible como se supone que es, pero aquí está.

Eso, y un perro que llora antes de dormir porque quiere seguir en mis brazos.