17.5.08

Día del maestro

Pseeee... ya sé que qué gastado y qué cursi escribir sobre el día del maestro. Es como la composición sobre "La vaca", o como decía alguien en Mafalda: "La vaca nos da la leche..." ¿¡Y la de tinta que nos chupa?!

No puedo evitar el tema. Más bien, no quiero evitarlo. Resulta que yo supe que daría clases en licenciatura como a los 3 o 4 años de edad, cuando mi papá era profesor y me llevaba a acompañarlo. Recuerdo vagamente que era divertido, también me acuerdo que mientras él daba clase, yo me trepaba en la silla o en el escritorio y empezaba a rayonear el pizarrón de manera muy diligente. Ya más grande, me daba una libreta —uno de esos cuadernos Scribe viejitos, mostaza con una raya café y la otra blanca, o azul claro con azul marino y blanco— y me sentaba en una banca de universitario... No recuerdo nada de sus clases, pero sí puedo revivir todavía esa sensación que me quedaba al final del día, cuando salíamos del salón y los alumnos le hacían la plática: una mezcla de curiosidad y orgullo; ganas repentinas de "ser grande".

Hay momentos en los que estoy totalmente convencida de que terminé una licenciatura sólo para poder ser profesor de universidad. Nunca quise ser "miss" de primaria o secundaria, probablemente porque mi paciencia es de mecha corta. En algún momento consideré dar clases en preparatoria, pero la mera verdad fue sólo por 10 minutos... Cada vez que estaba por renunciar a un trabajo, pensaba: "Ahora a lo mejor si puedo dar clases" y ñeh, tómala. Eso hasta la última renuncia, la grande, la definitiva: cuando mandé a las oficinas a la veeeeerrrga.

En ese momento decidí que lo único que quedaba ahora que había quemado las naves era hacerme caso, por fin. Y emepcé a tocar puertas. Oí de todo: "Necesitas tener maestría", "Tu currículum está padre, pero necesitamos que tengas 2 años de experiencia", "Deja tu currículum y cuando la persona responsable lo vea te llamamos"... Dejé lo mejor para el final: esa universidad chiquita que quedaba a 5 minutos de mi casa. Menos de un mes después, ya se me había hecho realidad el sueño, y daba clases de semiótica a un par de grupos de diseñadores.

Hasta la fecha, con lo cansado que resulta a veces, y lo frustrante y emputecedor que puede resultar lidiar con algunos alumnos, algunos maestros, algunas decisiones (ya saben, Coppelia en pie de guerra contra la indolencia, la ignorancia y la burocracia) creo que esa es la mejor decisión de mi vida.

Pero no es sólo eso: este jueves, para hacer todavía mejor el día del Maestro, en la universidad decidieron hacer una ceremoniaa solemne en honor al decano de nuestra HH institución... El Doctor tiene todos los años de la escuela dando clases, y es todo un personaje. Es psiquiatra, abogado, publicista, escritor y encarna totalmente la noción de docencia. Cuando entra a la biblioteca con su traje de tres piezas, la gabardina impecablemente doblada sobre el antebrazo y su bastón en la mano, es como si se hubiera salido de una película. Tiene obsesiones maravillosas y fama de exigente; los alumnos lo respetan, le temen un poco y los más listos lo admiran.

Desde este jueves, la biblioteca se llama Dr. Francisco D'Egremy Alcázar.

Obvio, durante el homenaje lloré como la magdalena. Esa abrumadora sensación de una vida bien vivida y bien dedicada a la docencia fue saber de pronto a qué le quiero dedicar los siguientes 30 años... Ojalá en ese tiempo llegue a ser la mitad de buena que el buen doctor. Ya les dije, soy fan...

Tengo mucho que agradecerle a mis maestros: el primero, mi papá. De ahí en adelante están muchos más: Mimí, Carmelita, Coty, Adela, Norma, Alma, Cristina, Minerva, Ofelia, el prof. Molécula (daba física), Eduardo, Droopy (de ética), Socorro (mi abuela adoptiva), Bruno, Enrique, Gabriel, Marlene (pese a todo), Marycarmen, Victoria, Jud, Paty 1 y Paty 2... Ahora aprendo de mis colegas. Todo el tiempo. Y creo que ellos ni cuenta se dan, pero así es. Soy eterna aprendiz para ser cada vez mejor docente. Eso espero. Espero que mis días del maestro sean muchos, muchos más...

9.5.08

Derviche

No sé si ya lo había comentado acá en el blog, pero tengo una severa fijación con el sufismo desde mi más tierna infancia. Para explicarles qué es, les podría poner el link de la wikipedia, pero qué flojerita me da... aparte, explicarlo sin tanto rollo es tarea que da para muchos posts y pues no es el caso. Si alguien quiere una introducción descafeinada y algo liberal sobre la "filosofía" detrás de este asunto, mejor vea la peli "Camino a la felicidad". Ya luego que la vean me dicen...

La nota importante es que llegué a conocer el sufismo por culpa de sus cuentos: de niña yo leía lo que se atravesara, y si tenía cara de cuento, pues con más ganas. Por ejemplo: a los 6 años ya había leído las fábulas de Esopo, las de Samaniego y por supuesto que me seguí de corrido con las de Monterroso (el grado de desajuste neuronal que eso produce lo discutiremos después). Así mero fue que se me atravesó "La inimitable sutileza del maestro Nasrudin", que está ilustrado, aparte, por el mismo cuate que dibujaba a la Pantera Rosa... Después de eso, me seguí con "El caballo mágico" y "Sabiduría de los idiotas". No siempre le entendía a los cuentos, pero después de divertirme con la historia, algunos me dejaban ideas muy interesantes para masticar.

Sobre derviches y sufís no planeo extenderme más, pero son la introducción necesaria para hablar de lo que yo quería: el miércoles pasado (mi último miércoles libre, snif snif, sob sob) fui a ver una obra de teatro a la que le traía ganas desde hace meses. Se llama igual que el post, por supuesto. Y sí, está basada en una serie de cuentos de sufíes "para incomodar a los convencionales".

Tenía mucho que no hacía una catarsis tan intensa en el teatro. Creo que desde que descubrimos aquello del "síndrome de Eponine" mientras veíamos "Los miserables" (y ni así fue tan intenso, ja). Total, que no sólo tiene una escenografía grandiosa con un piso de textura ornamentada á-la islam y focos que suben y bajan para simular lo imaginable y lo no tanto (desde un elevador hasta un palacio, pasando por el mar y un barco y...), también tiene 5 actores que hacen de todo a la vez; en especial una, Erika de la Llave, que inventa cada personaje nuevo con un cambio de entonación en la voz. Pero las historias... y el derviche...

Pues nada, que después de haber llorado como la Magdalena, y haberme asombrado, y reído, la recomiendo harto. Si a alguien le emociona la idea, le quedan dos o tres miércoles para ir a las 8 de la noche a la sala Xavier Villaurrutia del Centro Cultural del Bosque (ahí atrás del Auditorio Nacional). Va a estar hasta el 28 de mayo...

P.D. (ahora sí, francamente pendeja): Durante la mañana del domingo, en el largo proceso de que R. se despierte: "Para comunicarse contigo en este estado se necesita ser medio medium... Medio-medium debe ser como un cuartum". Lo que más me gusta es que no pueda defenderse de mis chistes...