29.5.09

Razones

La tesis, Galleta enferma de leucemia y luego de linfosarcoma y luego durmiendo en las raíces de un árbol hasta que las noches y los días y la duda nos alcancen, Rufino solísimo y mimoso, el final de la maestría, el final del diplomado, poco trabajo que se vuelve mucho por arte de magia, yet another course (ahora de consejería), la planeación y construcción y constitución del instituto de consejería, la casa, una que otra salida con amigos, amigos en crisis cerca y lejos, un escritorio en el que parece que ya no me siento nunca, mi primer artículo sobre cuestiones de trabajo (aunque escrito en forma anónima), las ya cotidianas angustias por dinero (crisis económica global, al fin), mi primer congreso AMAI (por lo pronto como público, espero que el próximo año como ponente), un cansancio extraordinario.

Falta otra semana más a este ritmo. Después, espero regresar a mi anormalidad habitual. Me choca no escribir teniendo tanto de qué hablar.

3.5.09

2 por 1

Chicago

Llegué a Chicago porque me estaba destinado. Una semana antes del vuelo no tenía visa. Dos semanas antes, no tenía idea de que estaría una semana fuera del país y cuatro días y medio en esa ciudad de la que no sabía demasiado.

Todo fue encomendarme a la casualidad y dejarme ir. En ese trance perdí mi teléfono celular, corrí a múltiples lados, organizamos una semana de oficina in advance y logre manener la tensión de "me voy o no me voy" hasta el último minuto posible.

Al final me fui, más porque seguí los pasos de mi destino que porque tuviera algún mérito extra o estuviera preparada para esta aventura de trabajo. Sobre el vuelo ya les platiqué. Sobre la ciudad no he dicho nada todavía.

El horizonte de Chicago es todo menos horizontal. Me recibió a medio camino entre atardecer y anochecer, con todos los rascacielos encendidos y un cielo con tonos naranjas y morados. Nos vimos frente a frente, y transformada de pronto en el ratón de campo que se maravilla viendo la ciudad por vez primera, Chicago vestida de gran ciudad un miércoles cualquiera, nada extraordinario.

Si alguna vez existió un romance de película, es el mío con Chicago. Pase por todos los estereotipos a lo largo del viaje... Ver la pandillita de negros hiphoperos que caminaban por la acera con actitud de madreadores diciendo cosas sobre las mujeres que se cruzaban con ellos en la acera. Encontrar un café con barra al centro, en donde se sentaron a mi lado Escritor, Rubios Universitarios, Negro de la Tercera Edad con Boina y Periódico. Hacer fila en el correo y comprar estampillas para ponérselas a las postales que después metería en un buzón azul. Sentarme en un Starbuck's a ver llover y no mojarme. Caminar por las calles lluviosas con un impermeable, una bufanda y un paraguas que se volteó al menos tres veces con las ráfagas de viento.

Si yo me apropio de las ciudades caminando, Chicago me la gané paso a paso. No la conocí toda, pero cada centímetro que conocí fue a pie. Desde el hotel hacia el norte, hacia el sur, hacia el río y hacia los barrios más allá de él. Chicago es librerías, boutiques, tiendas baratas, metro, lluvia, viento, sol, gente sonriente, inmigrantes a riadas, al menos un museo que me hizo llorar, calles que no pude ver por mirar edificios, edificios que funcionan como parque temático, pizzas de fondo profundo, skillets y una libertad que ya no recordaba.

Abandone a Chicago un lunes. El peso de los rascacielos en el corazón me hace sentir apesadumbrada (aún ahora).

Dallas

El contraste no podía ser más intenso. Después de rainy, windy Chicago, el sol de Texas (pronunciado siempr Tec-sas), su calor descomunal, el horizonte horizontal, las enormes avenidas que no permiten que nada crezca a su alrededor excepto corporativos y centros comerciales... Pude haber ido de Chicago al DF sin sentir tanta nostalgia, pero el recuerdo de una y ora ciudades me amargó Dallas.

Estoy acostumbrada a ganr a pie mi derecho de paso en las ciudades, a ver downtowns y centros, a conocer las calles de la ciudad como la palma de la mano de otra gente. Dallas fue hotil en ese sentido desde muy al principio: sólo un highway, espacios en blanco que no se pueden llenar con palabras conocidas, un juego que no conozco.

Cuando llegué al hotel, descubrí con un poco de sorpresa que el hotel-mall en el que me hospedaría era el mismo sobre el que había tenido que escribir un párrafo extra cuando fingí ser una niña de mundo para conocida revista de estilo de vida. Lo que escribí sonaba más o menos así:

¿Quieres más? Imagina esto: llegas a Dallas y te diriges hacia Galleria Dallas. Te hospedas en el Westin que se encuentra dentro del centro comercia, y sólo falta que te dejes llevar por la atmósfera de lujo mientras visitas tiendas como Tourneau o Versace o te compras algo lindo en Victoria's Secret. Si quieres sentirte como una diva moderna, compra un café, bébelo frente al aparador de Tifanny & Co. y sueña despierta un rato.


Lo que no les dije a mis —entonces— lectoras, fue que el hotel era precioso (dicen que ahora que lo visité estaba recién remodelado), que la mejor tienda es Williams-Sonoma, que Banana Republic es un ensueño y es carísima, que también hay un Payless Shoes con tenis de 10 dolaritos; tampoco les dije que los taxistas y los dependientes de tiendas negros son evidentemente racistas si te ven cara de latino (excepto George, el taxista con palabra de honor que me descubrió el zouk), ni que estar hospedada dentro de un centro comercial es algo que a mí me causó una asfixia enorme y depresión. Claro que no lo dije porque todavía no lo sabía, pero tuve 3 días para averiguarlo.

El centro comercial, efectivamente, es precioso. Me sentí tentada a hacer las dos cosas que sugerí en el artículo, aún sin recordarlas claramente: Victoria's Secret fue el primer sitio (fuera de la recepción) donde alguien me sonrió y me dirigió la palabra; en agradecimiento pensé en gastar 25 dólares en ropita interior, o 20 en brillos labiales, pero cuando decidí hacerlo, las vendedoras desaparecieron y me salvaron de mi propia trampa. Mi desamparo y el aparador de Tifanny's hacían juego, pero en el último minuto pensé que era demasiado cursi y preferí comer yogurt congelado de orangecup mientras caminaba por los pasillos.

Sin embargo, estar allá me dio otra perspectiva. La primera fue que Lerma sería más bonito si tuviera lotes baldíos con pasto verde y cuidado, y también que ganaría mucho con centros comerciales ordenados. También aprendí de primera mano lo ojete que se siente que te vean feo gratuitamente, por el puro prejuicio.

No conocí Dallas, conocí Gallería. Prety impressive.

De mi regreso a México y a la epidemia ya platicaremos luego.