9.10.11

Obsesividades y compulsiones

No sé si pase en la vida de todos, pero al menos la mía se rige por ciclos. Su duración siempre es indefinida, pero puedo sentir claramente cuando uno se abre y otro se cierra. Los últimos han sido brutales, no a un nivel externo (el exterior se mantiene más o menos en el mismo estado siempre, aunque mi cabello tiende a dar cuenta de ello) sino interno.

Sí. Los últimos quiebres de ciclo me han dado para cuestionarme otra vez quién diablos soy, quien diablos creo que soy, qué hago y por qué lo hago... Generalmente termino los ciclos con muchas más preguntas que respuestas, pero también con una serenidad de espíritu que característicamente pierdo en la temporada previa a cada cierre.

El post anterior lo escribí justo en la mitad del nadir del ciclo (que es lo mismo que decir "el cenit de la crisis"). Esa pregunta que se revuelve obsesivamente sobre de mis acciones actuales y procura ayudarme a llevar la cuenta de si soy la persona que espero ser. El inicio de esa crisis me marcó: demasiado enojo acumulado, demasiada paciencia encubriendo la ira; mucha frustración, descubrir una vez más que repetí el karma (desentendiéndome de mi propio compromiso con evitar esa misma historia que pasa ya por tercera vez en mi vida). El dolor de sentir el corazón roto, saberme usada y tener muy claro que fui yo quien lo decidió y lo permitió así.

Hace ya un rato que abandoné la terapia. El grupo en el que estuve y yo no funcionábamos mutuamente: soy malísima tomando la palabra por asalto, si los demás necesitan hablar tiendo a escuchar; soy, definitivamente, bien educada para los estándares de 1920. Eso —como bien me hacía notar la terapeuta cuando podía— ocurre también afuera: hablo mucho de lo que no importa, pero lo que realmente me angustia, me preocupa, me obscurece, puede quedarse en mi interior por siempre jamás.

Sin embargo, hace un par de meses empecé a ir a grupos de constelaciones familiares. Se han movido montones de cosas, en diferentes órdenes. Recordé, de pronto, el terror que tenía de ser vulnerable a cualquier cosa durante la adolescencia (y el maravilloso papel que jugó mi mejor amiga en romper esa coraza). Caí en cuenta de que acumulo demasiadas cosas —otra vez usando la frase de manera totalmente polisémica— y que tengo que dejar ir para poder mantener la salud; que tengo que atreverme a abrir las zonas cerradas antes de que sea demasiado tarde... También de mi propio comportamiento compulsivo, de mi fragilidad emocional. De lo rota que estaba.

Empiezo la batalla de recuperar la salud mental, sin muletas esta vez, y me doy cuenta de que muchas dinámicas en las que estoy metida son todo menos sanas. De pronto me doy cuenta de que hace meses que no me tomo el tiempo de ir al cine, que salgo con los amigos mucho menos de lo que me gustaría (significativamente menos que hace 6 meses). Que tengo 5 animales a los que veo, en promedio, 1 hora al día. Que ya no escribo (y eso, cuando sabes que estás construido de palabras, es dolorosísimo). Que, con todo lo que me dolió no tener materia este trimestre, tampoco sé cómo habría hecho para sobrevivir lo que estoy pasando y dar clases a la vez.

Me apasiona mi trabajo, y en estos días he recibido varios comentarios con respecto a que se nota. Sin embargo, creo que ya dejé atrás la edad en la que eso me hacía tener la capacidad de trabajar 65 o más horas a la semana en él. Recuerdo la época que documenté en correos electrónicos dirigidos a mis amigos (era pre-facebook), cuando estaba tan enfrascada aprendiendo a hacer lo que amo y renunciando a estudiar lo que me apasionaba, que no podía ver a nadie. No puedo evitar recordar lo deprimida que salí de aquella temporada, aunque estaba feliz y orgullosa de lo que había hecho, también sé que estaba tan agotada que pude haberme dedicado a cualquier otra cosa con tal de recuperar mi vida y mi dignidad.

También caí en la cuenta de que llevo al menos 6 meses apostando a que las cosas cambien para bien, pero que al mismo tiempo no estoy nada segura de que esa esperanza sea real o tenga fundamento alguno. Al contrario, cada paso que doy hacia el frente se pone más oscuro. Quiero creer que las señales que leo son ciertas, que amanecerá después de esto. Pero tengo que empezar a asumir mi miedo de estar equivocada, y mi necesidad de hablar esto con quien sea que pueda hacer algo.

Creo que bastaron dos ataques de ansiedad en una sola semana, dos o tres clientes que necesitan demasiada atención, cuatro o cinco cosas que se han atendido poco menos que a medias por culpa de la prisa, de lo urgente que le roba tiempo a lo importante, de descubrir que 20 horas al día, 5 días a la semana ya no me bastan (y que mi cuerpo, mi mente y mi espíritu están cansados de intentar darlos). Que hace meses que no trabajo los fines de semana y que mi mente y mi cuerpo se rebelan cuando intento (o necesito) hacerlo.

Este post no cae en la categoría "decisiones trascendentes". No hay más decisión tomada que la de poner un límite. Uno solo. Chiquito. Si funciona o no funciona... de ahí sí que vendrán decisiones interesantes. En realidad, este post es sólo una descarga que me deja libre para poder trabajar en lo que me urge terminar, sin pretextos, para el lunes. Un suspiro después, justo al terminar de alimentar esta flamita incipiente de rebelión, seguiré con las urgencias. Espero, por mi bien, que por la penúltima vez.