7.3.07

In-docencias.

Ah, la feliz vida de un profesor universitario.

Desde que tenía algo así como 4 o 5 años supe que yo quería dar clases en una universidad. Le echaré la culpa a mi señorpadre.net, que me llevaba irresponsablemente a dar la lata mientras él impartía cátedra en una universidad harto patito (en la que años después yo dejaría una carrera a medio estudiar). Recuerdo la felicidad que me causaba hacer dibujos en un pizarrón mientras que él intentaba atraer la atención de sus alumnos. Recuerdo también la emoción que sentía al ver la interacción que tenía con los estudiantes, algo que extrañé durante la mitad de mi vida estudiantil (en la primaria siempre deseé que me trataran como un adulto miniatura, ja).

Durante años largos pospuse el sueño. Primero, porque no me sentía suficientemente preparada. Después, porque empeñé mi vida a corto plazo con la jefa que vino del infierno (ah, sí, Pili y su revista que amé y ahora ya no sé si me gusta o me disgusta y su agencia de locos) y después porque me chuté un año deprimida, trabajando en la otra agencia, tratando de definir qué quería de mi vida.

Bueno, cuando me decidí por fin, desembarqué en la docencia y le he invertido bastante energía. Vamos, que algo por lo que me paro a las 6 de la mañana más vale que me guste o medio me satisfaga... O al menos eso es lo que he creído en los últimos meses.

Llevo jugando al profesor universitario desde noviembre del año pasado, con resultados medianitos. Algunos alumnos me detestan, otros me quieren bien, uno que otro sospecha que soy un fraude (algo de razón tiene, que ni qué... es lo que pasa cuando tomas una materia a la mitad) y la mayoría son tan indiferentes a mí commo yo a ellos. En suma, que soy una profesora promedio, trabajando en una universidad promedio.

Ah, pero cuando se me juntan los factores... En realidad estoy bien consciente de que tengo pocos alumnos que valgan la pena el esfuerzo. Por ejemplo, las clases de mercadotecnia estratégica las preparo por un solo alumno entre los 12 que tengo. En Comportamiento del consumidor, preferiría hablar de libros con mi única alumna que perder el tiempo tratando de interesar en la materia al bloque de piedras que la rodea. En lo que se refiere a semiótica, tengo un grupo bueno a secas (aunque debo confesar que son de sangre bien ligera, así que los quiero en lo personal) y un grupo terriblemente mediocre, en donde mis dos alumnos brillantes literalmente destellan. En semiótica de la publicidad, cuatro alumnos que a veces son cinco, tienen un carisma terrible pero son incapaces de demostrar interés por nada. Proceso administrativo es mi cruz, la materia que nunca llevé en la carrera y que ahora imparto a 15 alumnos a los que les interesa tanto como a mí.

Ayer fue el día que vino del infierno. Último día con el collarín. Martes, proverbialmente pesado porque empieza a las 7 de la mañana y termina a las 10 de la noche. El grupo mediocre de semiótica. Y yo encargándoles escribir un ensayo después de leer un libro. Por supuesto, no leyeron, y al menos dos de los trabajos bajaron directamente de internet... Y eso no fue lo peor: el grupo al que ya había pescado en la trampa (los imbéciles iban platicándolo en la escalera, justo frente a mí, el día anterior) se puso terriblemente insolente, se pelearon a gritos conmigo... y luego fueron a hablar con la directora, fingiendo preocupación por su calificación (que, strictu sensu, le correspondería a la investigadora Gilda Flores Rosales). Acto seguido, llamada de la dirección para hablar conmigo: por favor, sé razonable, permíteles arreglar el asunto.

¿Cómo le explico a la directora que no pretendo permitir que otra pandilla de mediocres salgan de mi materia sin saber un pito? Pues de ninguna manera. Sonrío, aguanto vara y le digo que si los muchachos me buscan, les propondré una solución. En la noche, le platico a R mi deprimente caso, y me regaña por creer que mis alumnos son personas... Algo de razón tiene. Sin embargo, me puso enormemente triste pensar en ser una de esas "maquinitas de memorizar" en las que me propone transformarme. No quiero que mis alumnos salgan de mi materia absolutamente carentes de sentido crítico. No quiero que los que tienen posibilidades de abrir sus horizontes queden limitados por estudiar entre imbéciles.

La sola perspectiva de llegar hoy a recibir trabajos mediocres me descorazonaba. Gracias, Dios, por poner al grupo bueno después del grupo pinche. Éstos prefirieron que invirtiéramos la hora en dar una revisión previa a sus trabajos. Hubo algunos que tenían material chido. Ya recuperé la fe en la labor docente, en las posibilidades de impartir una materia en forma tal que generen ideas propias. Ahora sólo me falta ir con la directora teniendo las pruebas del plagio absoluto en la mano: "lo siento, yo no puedo dejar pasar un fraude académico de este tamaño en mi materia".

Tengo que calificar un chorro. Tengo que leer los otros "ensayos" para ver qué tan inútiles están el resto de los alumnos. Y tengo que recuperarme, ¿dónde se ha visto que los profesores se conflictúen por descubrir que sus alumnos son unos absolutos patanes y unos perfectos imbéciles? ¡Vaya labor titánica que tengo pendiente!

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