7.2.13

Aviso de tormenta

Se vienen cambios. Lo sé porque los siento venir en mi interior, porque lo que está haciendo ebullición en mi cabeza, en mi pecho, en toda yo no da para quedarse como está por mucho tiempo más.

Sería encantador pensar que con un esfuerzo de la voluntad se puede recomponer todo, que basta la varita mágica de "no pasa nada" para que realmente no pasara, ni se sintiera, pero no es así. La ventaja es que toda crisis trae aparejado movimiento, todo conflicto implica una posibilidad de crecimiento, toda caída es aprendizaje.

Sé lo que no quiero, y creo que empiezo a tener, por primera vez en la vida, bien claro lo que quiero y cómo lo quiero. Ahora la búsqueda es cómo y dónde conseguirlo; es una diferencia diametral y significativa. Llegar a ello implica millones de cosas. Tratar de descubrir de qué manera tengo que cambiar y adaptarme para lograrlo también es un viaje de mil millones de pasos. Iré tratando de darlos uno a uno.

Pienso mucho en mi abuela, en la frase que me repitió hasta tatuármela en el cerebro y en el corazón: "en el más inteligente tiene que caber la prudencia". Desde niña y hasta hace algunos años me rebelé mucho ante eso: ¿por qué suponer siempre que la más inteligente tenía que ser yo? Pedía permiso de ser, por una vez, la tonta, la que pierde el control, la que pone el universo en llamas. Quería ser bitter berri, pues.

De adulta, el problema es comprender qué quiere decir "prudencia". No se trata de no responder. Tampoco se trata de aguantar. Creo (y esto lo estoy entendiendo por primera vez ahora) que se trata de seleccionar la respuesta más indicada para cada momento. De dar un paso atrás para medir las consecuencias. De aprender de lo que ves. Y ya con eso hecho, entonces sí, lanzarte a lo que se necesite: ser diplomático, gritar, negociar, encender fuego.

Como bonzo, pues.

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