24.2.07

Sabado, 9.38 am

Aquí estoy, acostada (bueno, sentada) en su cama. Él a mi derecha (desde que llegué permanentemente él decidió que su lado de la cama era el de la izquierda, aunque la primera vez en realidad nos acostamos al resve). Jacinto a mis pies, soñando con lo que pueda soñar un gatofante. Ahora que me muevo, Jacinto voltea ay me observa con esa cara bendita que indica que lo desperté sin necesidad, y quiere saber cuáles son mis intenciones. Ambos escuchamos voces desde la ventana, y volteamos con más curiosidad que interés. Él duerme. Su respiración pesada ha ganado la batalla a los ronquidos habituales.

Hace ocho minutos (ya casi diez) que debí de haberlo despertado. Pero me gusta oírlo dormir, sentir a su gato gimiendo pacíficamente al sur de la cama, el edredón enrollado en cualquiera de los dos que lo haya ganado durante la noche.

"Despierta, mi amor. Ya son cuarto para las 10, ya es hora". Él sólo medio voltea y se vuelve a acurrucar en la cama. Jacinto cambia de posición y ahora flanquea mi pierna. Él ahora duerme boca arriba y yo tecleo frenéticamente, para terminar y empeñarme en despertarlo...

Antes de dar el enter final, acaricio la barbilla de Jacinto. Procederá la sesión de besos en la panza y lengüetazos en la oreja hasta que logre despabilarlo.

Esta cotidianidad me hace feliz. Él se mueve. Me voy.

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