7.9.07

Recuento de pesadillas pendejas

pesadilla uno.
Hay una fiesta masiva y fashion (a la que, por supuesto, no estoy invitada) en una ciudad de esas cercanas que sólo existen en mis sueños. Para llegar hay que manejar un chorro, y a mí me encanta manejar. Una tipa que me odiaba en la universidad me pide como un favor super super especial que la lleve, y me recuerda que R (mi R, mi actual señor marido) estará en la fiesta. En el sueño, por supuesto, no es mi hombre, sólo soy su mejor amiga. Y, como es de suponerse, estoy enamorada de él.

La susodicha mega party tiene lugar en una especie de hoteles Holiday Inn y Howard Johnson pegaditos uno al otro, hay un demonial de gente y ningún lugar para estacionarse. La odiosa se baja del coche de inmediato. Yo busco lugar, y cuando al fin me estaciono, corro a darle la sorpresa a R de que estoy ahí, y decido declararle mi amor (si no, ¿para que chingaos fui a la fiesta?). Me pierdo entre todos los pasillos, me topo con salones de clase y cosas muy raras, etcétera. Cuando al fin doy con R, lo topo de la mano de una chaparrita fea como la chingada... y él, con luz en los ojos, me dice que se le acaba de declarar a esa cosa. Lo felicito, hago nudo el estómago y me voy a buscar mi coche, caminando sobre un tapete de pasto artificial del chafa. Despierto.

pesadilla dos.
Tengo mi edad y aspecto actual. Entro a trabajar a un lugar en donde al principio todos parecen amables. De pronto me doy cuenta de que son demasiado amables, de que están siendo amables sólo para molestarme. Entre comentario y comentario, y mientras me dan las instrucciones, las presentaciones y las reglas de la empresa, las cinco mujeres con las que se supone que trabajaría (todas ellas rostros desconocidos) se cuchichean a mis espaldas, se ríen y me miran de reojo, como adolescentes pendejas. Me doy cuenta de que se están burlando de mí, justo como en la secundaria. Despierto.

pesadilla tres.
Traigo puesto mi suéter de cuello de tortuga negro, un collar rojo, aretes largos y gabardina negra. Estoy al menos 10 kilos más delgada. Mi maquillaje se parece al de mis mejores épocas. Me siento cómoda conmigo misma. Es una tarde lluviosa, justo como las que me gustan. Estoy, de hecho, parada en una explanada exterior, como esas de las orillas de algunos centros comerciales. Estoy recargada en una maceta de ésas, las de árboles raquíticos. Tengo la impresión de que fumo, o se me antoja un cigarro, o algo así. De pronto, me abrazan por la espalda. Sonrío. Es José, mi peor exnovio, mi némesis; pero a mí me da mucho gusto verlo. En ese momento comprendo que me vestí para él, me maquillé para él, creo que hasta adelgacé para él. Le doy un cálido abrazo, lo huelo... Trae la gabardina negra a la que yo le cosí el bolsillo, huele exactamente igual que hace 5 años. Se ríe igual. "Me has hecho falta" me dice. "Tú a mí también. No sabes las ganas que tenía de verte" le respondo, mientras le doy un beso en la mejilla. Despierto y tengo la frente perlada de sudor. No puedo volver a dormir.

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