13.11.07

El poder del batallón Juan Pérez.

R. me contagió. Resulta que ahora, como yo estuve acá, pero con la preocupancia (o preocupansia, que sería una mezcla de preocupación y ansia) de que les fuera bien y de que llegaran y de que... ya saben, Coppelia Angustias en pleno, no hallaba qué hacer. Después de mi clase, planeaba ir a dormir a casita, a apapachar al gato y a tronarme los dedos esperando que se reportaran. Quiso la vida que no durmiera yo.

Cuando iba de salida, me toparon dos alumnos muy acongojados. Creí que querían asesoría y ya los había mandado por un tubo, cuando me aclararon que lo que necesitaban era un automóvil más para llevar las cosas que se habían reunido en el centro de acopio de la universidad. Chale... “¿estaciono el carro enfrente de la puerta de acá?”

Una hora para llegar al centro de acopio. Igual ya no me daba tiempo para depositarle dinero a R (se dio cuenta hasta el último minuto de que las camionetas tienen la pésima costumbre de consumir gasolina y se fue con poquísimo dinero...) así que ya daba lo mismo lo que hiciera. Y lo que hice fue quedarme horas.

Cuando bajamos las cosas al centro de acopio, descubrí un hormiguero. Más de 100 personas poniendo manos y tiempo y fuerza física en organizar y verificar el acopio; más o menos lo que ya había hecho en casa pero en versión Pantagruel, con un patio lleno de alimentos y una calle bordeada hasta los topes por agua. Y como ni me gustan los retos, me quedé.

Trabajé allá todo el fin de semana. Viernes, sábado, domingo, lunes... Hoy me toca descansar y mañana también porque hay chamba en la agencia; el jueves tengo clases mañana y tarde (y aprovecharé para hacer tareas y calificar exámenes). Pero el viernes vamos de regreso. Y supongo que el sábado. Y el domingo, y así hasta que se termine la ayuda.

Hay mucha gente y muchas cosas. Han salido montones de trailers y diario hay voluntarios de todas las edades que verifican caducidades, organizan los víveres en cajas y costales, cargan camiones, empaquetan, arman cajas, etcétera. Desde niños de 6 años hasta señores y señoras de 70 pasaditos, cada quien tiene una chamba que empieza antes de las 9 am y termina hasta que llega la última donación y se va el último camión (después de las 9, a veces hasta después de la 1 de la mañana).

R regresó y me contó que lo que sale de acá llega allá. Fue a un albergue, en el que mi suegro está trabajando de voluntario. Las cosas no están nada fáciles, pero parece que al menos en lo que depende del gobierno estatal y el ejército se está haciendo todo el esfuerzo posible (Nunca creí decir algo bueno de los militares, y héme aquí... es que esa es la mejor función que pueden tener en México, ser cuerpos de rescate. Y los prefiero haciendo eso que haciendo lo que los gringos en Irak).

Me sorprende poder pensar bien de la gente, o al menos hacerlo a ratos. Después de muchos trailers enviados, las cosas caducas son 40 cajas (no dan ni para llenar una camioneta de 3.5 toneladas, pues) y los voluntarios están al pie del cañón. Gente como Carmita, como doña Leonor, como Lulú, como los Luises, como Roberto, como todos esos a los que no les veo el nombre pero de quienes recibo bultos y a quienes les paso latas y bolsas y jabones y demás... Somos Juanes Pérez, al final de cuentas.

Lo único que espero es que hagamos más conciencia. No son ni 100 ni 200 los damnificados, y no fue poco lo que perdieron. Hablamos de alrededor de 1’000,000 de personas, que perdieron entre todo y casi todo, y de un estado que acaba de ver como sus animales y cosechas se fueron al agua...

Espero seguir viendo pasar bultos y camiones por muchos días más. Espero seguir llegando a casa agotada y polveada y con los dedos cubiertos de curitas y las manos negras y las piernas con moretones de costales. Espero que los demás Juanes Pérez formen batallón de donantes y voluntarios.

¿Y ustedes ya hicieron acopio?

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